Iwol es un pequeño poblado de Senegal situado en la región de Kédougou, al sudeste del país.
Se ubica dentro de lo que se conoce como País Bedik, que es la zona ocupada por los nativos de esta etnia. Allí, escondido en la montaña, se encuentra su poblado, flanqueado por grandes árboles de baobab.
No tardan en aparecer las chozas, hechas de barro y con cubierta vegetal cónica. El poblado es bastante grande, dando cabida a más de 400 personas que se reparten en cuatro familias. Cada una de estas familias tiene una ocupación relacionada con sus tradiciones y costumbres. La familia más importante son los Keitas, que ejercen de jefes del pueblo.
Los habitantes de Iwol llevan la vida que hace tiempo que olvidamos, integrada por completo con la naturaleza. Cultivan en la tierra semillas como el maíz o el mijo, con los que preparan alimentos y bebida. Viven en comunidad y todos trabajan por el bien del poblado.
Hay un respeto especial por los ancianos, conocedores de ritos y leyendas. Creen en los espíritus de la naturaleza y en que éstos residen en cualquier cosa que la conforma.
Es lo que se conoce como animismo. El río, la montaña, los árboles, las piedras… en todos ellos moran un espíritu al que temen, veneran y respetan. Esto les hace vivir en comunión con todo lo que les rodea.
Las mujeres cantan mientras muelen el mijo y preparan cerveza, los niños juegan felices y los hombres salen a cazar. Todos son felices, aunque no tienen coches, ni iPhones, ni visten a lo que nosotros llamamos moda. Cuando observas un lugar como Iwol, te preguntas qué ha pasado para que olvidáramos que necesitamos muy poco para ser felices. Te preguntas cuándo nos desconectamos de la naturaleza para entregarnos a un consumismo que nos tiene esclavos. Cuando ves a los Bedik reír, cantar, bailar en sus rituales dando gracias al cielo o sentarse alrededor de un fuego, te preguntas en qué momento olvidamos que la vida es otra cosa diferente a lo que vivimos.