La pequeña ex república yugoslava cuenta con variadas atracciones turísticas. A pesar de lo que puedan pensar, Montenegro es un país relativamente desarrollado en cuanto a infraestructura para el visitante, particularmente en sus costas. Lo que ocurre es que son alemanes, franceses e ingleses sus guiris habituales, y también italianos y escandinavos. Españoles, muy pocos. Por eso apenas lo consideramos un destino apetecible: porque nadie nos lo cuenta. Por otro lado, aunque se trata de un país de clima mediterráneo, y la temporada turística se centra fundamentalmente en el verano, algunas de sus montañas son un destino relativamente popular para los amantes de los deportes de invierno. De todos modos, el destino más conocido y probablemente hermoso del país, se encuentra en su costa.
Bañado por el Mar Adriático, el litoral montenegrino no tiene nada que envidiar al croata, de momento más popular y visitado. Las aguas son totalmente transparentes e ideales para practicar el submarinismo. Las playas tienen la curiosidad de que la mayoría son de piedra: grandes rocas o cantos rodados, pero las de arena son pocas. «¿Arena? Qué asco, si se te pega por todas partes» dicen los montenegrinos. Y no les falta razón. En verano a veces las playas pueden estar algo abarrotadas (nada comparado a las españolas). Montenegro es no solo un destino popular para algunos europeos occidentales, también es la costa que suelen elegir serbios, búlgaros, macedonios y otros europeos del Este para pasar sus vacaciones, pero si uno tiene paciencia, siempre puede encontrar un lugar más tranquilo.
Entre sus destinos costeros, destaca la playa de Budva, una de las pocas que cuentan con arena. Es un lugar sorprendente, porque cuando uno visita un país del Este europeo, no espera tener la sensación de encontrarse en cualquier paraíso caribeño. Si uno se aísla del hecho de que toda la gente es de raza caucásica y no se sirven mojitos ni daiquiris, sino el famoso y corrosivo rakia local, un licor de alrededor de 45 grados, casi se puede sentir que uno está de vacaciones en algún destino tropical. Los que no se lo crean, no tienen más que echar un vistazo a la foto de esta entrada. ¡Sí, eso es Montenegro!
La bahía de Kotor es uno de los destinos montenegrinos más populares. Situado casi en la frontera con Croacia, hay quien lo llama «el pequeño Dubrovnik», por la hermosa ciudad croata que está situada muy cerca, al norte. Datan de épocas parecidas y su aspecto es similar: el de una fortaleza preparada para resistir las embestidas de los piratas del mar. Formó parte de la república veneciana durante casi 400 años, su época de mayor esplendor artístico y comercial, que se deja notar todavía hoy. Sus recintos amurallados, y su arquitectura y construcciones de piedra (a mí algunos segmentos de la muralla exterior me recordaron a Machu Picchu y no, no había tomado rakia esa mañana) son tan bellas como las de su hermana croata.
Otras ruinas interesantes están en el puerto de Bar. Esta ciudad de aspecto soviético -fue reconstruida, tras ser arrasada por los nazis, por el gobierno socialista de Josip Broz Tito– se convirtió en clave durante el embargo internacional que sufrió junto con Serbia en los años noventa. Las pérdidas producidas por ese embargo se calculan en más de 6.000 millones de dólares, y los montenegrinos se convirtieron a la fuerza, por extrema necesidad, en hábiles contrabandistas durante esos años: petróleo y tabaco entraban y salían como Pedro por su casa por este puerto. La OTAN, durante los bombardeos de 1999, de todo Montenegro sólo se centró en este punto, a pesar de que la entonces república federal estaba políticamente peleada con Serbia. Pero no les recomiendo esto por sus enormes edificios de apartamentos grises y megalómanos, ni por su historia de contrabandistas y bombardeos. En las afueras de la ciudad, se encuentran las ruinas de Stari Bar (que literalmente significa «Viejo Bar», lo que puede llevar a conclusiones erradas a más de un alcohólico). Unas ruinas que, sin ser espectaculares, tienen su encanto y merecen una visita aunque sea de paso. También en las afueras, se yergue todavía uno de los árboles más antiguos de Europa: un olivo que tiene más de 2.000 años, aunque hay polémica sobre si es o no tan viejo, o si sigue vivo. Cosas de botánicos. En las cercanías de Bar, se encuentra otra bella playa, la de Sutomore (también de arena).
Más al sur, junto a la frontera con Albania, se encuentra Ulcinj (pronunciado Ultsinñ, lo que seguro que no te ayuda de nada). También -qué sorpresa- cuenta con hermosas playas, algunos dicen que las más bellas del país. Aquí se puede tener una idea de lo que es Albania sin tener que visitarla (dicen que es un país peligroso): la mayoría de los habitantes de este lugar son albaneses, y eso se deja notar mucho en las vestimentas, edificios, gastronomía y cultura del lugar. ¡Hasta en los carteles, muchas veces escritos en albanés! El casco viejo tiene un inequívoco sabor medieval y, por último, aquí nació mi abuelo DuÅ¡an. Aunque no creo que eso les interese.
Lo que sin duda les interesará es saber más sobre este pequeño pero fascinante país. ¡Sí, todavía hay más, mucho más! Pero tendrán que esperar a mañana.