Disculpen que utilice estas páginas para ponerme ñoño y/o cursi. Es el problema de ser el editor de una web, que uno puede hacer más o menos lo que le venga en gana. Una gran ventaja para mí, que soy el editor, y una desventaja para ustedes, queridos lectores, que no lo son, y por tanto no les queda más remedio que resignarse.
Hoy les voy a hablar de un viajero muy especial. Nacido en Argentina hace bastantes años, aunque nunca suficientes, cuando era pequeño no se distinguó -al menos por lo que sé yo de su biografía, que no es poco- por viajar mucho. Viajó mucho, eso sí, como empedernido lector de Emilio Salgari y Julio Verne, a través de las numerosos páginas que escribieron estos novelistas, narrando aventuras lejanas y a veces imposibles, que él devoraba con pasión. Rodeado de un ambiente ligeramente selvático -el del Tigre argentino- cerca de casa tenía su pequeña dosis de aventura, con ríos y vegetación suficientes como para reproducir algo de lo que aprendía de los libros.
Una vez terminados sus estudios universitarios, hizo algo que hoy es relativamente común pero que en aquel entonces (hace casi cuarenta años) no era una costumbre tan extendida como lo es hoy. Con una mochila y una cantidad de dinero irrisoria, se lanzó a recorrer Sudamérica desde su hogar argentino. Insisto, en aquellos años, recorrer el cono sur no era ni tan común ni tan seguro como ahora. Si mal no recuerdo, llegó hasta Ecuador, haciendo autostop, utilizando el trueque y todo tipo de recursos para sobrevivir y alargar el viaje «sólo un poquito más». Terminada la aventura y de regreso a la Argentina, no transcurrió demasiado tiempo hasta que el gusanillo viajero le volvió a picar…
Con su compañera, otra viajera incansable, cruzaron el charco y recorrieron Europa en un coche diminuto. Conocieron desde España hasta países más allá de la Cortina de Hierro. La economía era incluso más ajustada que en su viaje latinoamericano, pero siempre se las arreglaron. Muchos de los amigos y amigas que se cruzaron por el camino, que los alojaron o ayudaron en su viaje, siguen siendo buenos amigos suyos hoy. El método era: viajar, y cuando se quedaban sin dinero, trabajar en lo que surgiera, para seguir viajando. Especialmente memorable, que recuerde, fue cuando ofreció a un tipo derribar los muros de una casa, que pretendía demoler. Su ofrecimiento fue «yo te los derribo en un día y me das tanto; si no te los derribo en ese día, no cobro». Porque total, romper cosas es fácil, y muros lo mismo: tomas un martillo. Golpeas. Punto. ¿A que sí? ¡Cómo se nota que nunca lo han intentado! Sobra decir que a pesar del esfuerzo, no pudo completar el trabajo y por supuesto no cobró. Bueno, sí: cobró un dolor de espalda monumental y una anécdota para contar años después.
Terminada su etapa vital sin hijos, una vez que los tuvo decidió en cierta manera repetir sus experiencias en familia. El viaje en un viejo Chevrolet, cargado con una canoa más larga que el ya de por sí laaaaargo vehículo gringo, junto con un trailer-tienda de campaña, es sin duda el más recordado. Del centro y parcialmente el sur argentino, no quedó casi nada por recorrer. De camping en camping, de lugar en lugar, de río en río -gran anécdota la de presentarse con la canoa en una provincia que en verano es más seca que el desierto del Gobi, siendo la comidilla de los locales, que los miraban con ojos como platos- de montaña en montaña, en carreteras infinitas y paisajes lunares, consiguió dejar una marca imborrable en los que lo acompañaron. De regreso -o visita, pues con él nunca se sabe muy bien si está regresando, visitando, volviendo o quedándose- a Europa, el trayecto Madrid-Yugoslavia, con toda la familia a cuestas, también fue para no olvidar.
Desde entonces no se ha prodigado mucho en sus viajes -aunque recientemente estuvo en Venezuela- pero este viajero me influyó de tal manera, que probablemente si no fuera por él y su compañera, yo no estuviera hoy diciendo «estuviera» en lugar de «estaría», ni en otro país que en el que se supone debiera estar, ni podría escribir esta web, ni podría hacer nada. Bueno, probablemente no: seguro.
Esta persona de las que les hablo, muchos lo habrán adivinado, es mi padre. Y hoy cumple años. ¡Felicidades!
Y tranquilos, que mañana prometo volver a mis entradas normales, más tradicionales, si así lo prefieren. ¡Hay que ver con estos lectores! ¡Ni una pequeña licencia familiar le permiten a uno!