Una amiga mía, a la que había conocido en Bariloche, me recomendó que me acercara a la Posada Ecológica en la que ella había trabajado hace meses, en el minúsculo pueblito de Chugchilán, localidad ecuatoriana a la que me costó llegar casi un día entero, a pesar de estar cerca. Normalmente no se tarda tanto, yo simplemente tuve mala suerte con las combinaciones, y hubo dificultades en el camino por un accidente de tráfico. La combinación más lógica es desde Latacunga, en el eje principal del país: la Panamericana. Desde esta ciudad, uno toma un bus hacia Saquisilí, una parada corta pero interesante.
Saquisilí es, según se dice, el mejor mercado indígena de todo Ecuador, y el jueves, el único día de la semana en qué se celebra. Yo me centré en la zona de comida, donde las campesinas aferraban a los conejos, primero por su cuello y después por sus genitales, y con fuerza. Los animalitos tenían cara de Cómanme si quieren, pero por lo menos no me toquen los... Me sorprendió la cantidad de pescado que vendían, lejos de la costa, y sobre una mesa, a pleno sol, sin nada de hielo ni condición alguna de conservación. Mientras me preguntaba que qué harían con el pescado podrido, que qué inconsciencia tener esa mercadería en tales condiciones, una vendedora gritó cerca de mí «pescadito frito», pescadito frito, al rico pescado y yo, sin dudarlo, me lancé sobre su puesto y dije Deme dos. Ni Homer Simpson lo hubiera podido hacer peor. El pescado estaba delicioso y no me hizo ningún mal, por cierto. Después de pasear por el mercadito, bus a Sigchos, nuevo cambio y finalmente se llega a Chugchilán.
Allí me instalé en la Posada Oveja Negra, un alojamiento ecológico donde los haya. Se recicla todo, hasta lo que uno defeca, que se usa para abonar el huerto de donde recogen las ensaladas que después uno se come. Todo muy cíclico, ya lo ven. Lo lleva una pareja estadounidense muy simpática y muy ecológica, fue divertido aprender de este lugar, nunca había estado en un sitio así. Hasta el baño tenía una vista espectacular, y uno podía pasar por ese momento tan íntimo e humano sin un libro: simplemente mirando el bello paisaje que se asomaba tras la ventana (como se ve en la foto). El único «pero» fue que hay que ajustar el presupuesto -como buen proyecto ecológico es más caro que un proyecto contaminador- y que todo era muy anglo-oriented: casi todos los visitantes eran sajones de una u otra manera, y yo por momentos me sentí algo marginado con mi inglés de academia.
Aproveché también para hacer la caminata que une el volcán Quilotoa, la estrella del lugar sin ninguna duda. Una caminata que empieza en un bus bien madrugador que te lleva cerca del volcán. Allí puedes tomar un té o café antes de emprender el paseo. La entrada al cráter es poco menos que espectacular, cuando se asoma el lago verde que lo inunda. El camino de regreso a Chugchilán no es fácil, cinco horas entre valles y cañones, pero tampoco imposible ni peligroso, y tiene algunos momentos de aventura inolvidables. Además, en la Posada te dan mapa, consejos e instrucciones de toda clase, para hacerte la caminata lo más cómoda posible. ¡Una excursión apasionante!
En la cercanías de Chugchilán, además uno puede hundirse en el Bosque de Nubes, y en la propia posada jugar al voleyball, con los trabajadores y dueños de la posada. O tocar los instrumentos de su sala de música. O, si tienen suerte como yo y como remate final, y nunca mejor dicho, un partido de fútbol once a 3.200 metros de altitud, todo un desafío a los pulmones y al estado físico. Como atestiguan estas líneas, sobreviví.
Una visita imperdible e inolvidable. ¡No se la pierdan!
Hola Mirko!
Que chevere su reportaje sobre su visita a Posada Oveja Negra. Ya mismo empieza futbol otra vez..regresaras para apoyarnos otra vez!
Muchos Saludos!
Michelle y Andres