
En la Baviera alemana, y dentro del distrito de Ansbach, hay un lugar que parece escapado de un cuento. En él, el tiempo se detuvo hace siglos y hoy en día, sus edificios, plazas y rincones, nos permiten transportarnos mentalmente a épocas remotas. No es difícil imaginar sus calles recorridas por coches de caballos, los bulliciosos mercadillos en sus plazas o alegres taberneras sirviendo en sus cantinas. Se trata de Rothenburg, que en alemán se completa como Rothenburg ob der Tauber, ya que discurre junto al río Tauber.


Se tiene constancia de su fundación desde finales del siglo X, cuando se funda la primera parroquia y el castillo. Dos hechos históricos se señalan desde entonces, uno en 1631, durante la guerra de los 30 años y otro durante la Segunda Guerra Mundial. En 1631, la localidad es tomada por el Conde de Tilly. Cuenta la anécdota, que el entonces Alcalde de la ciudad, recibió al militar y como muestra de hospitalidad le ofreció vino en un vaso con capacidad para 3 litros y medio. Sorprendido el conde, le ofreció respetar la ciudad y el sufrimiento de sus vecinos, si alguien era capaz de apurar la bebida de un solo trago. Así pues, el mismo alcalde llevó a cabo la gesta consiguiendo salvar a su pueblo. La historia ha dado lugar a la celebración local del Festival «Der Meistertrunk».
En 1945, la ciudad estuvo a punto de ser devastada por las tropas norteamericanas, pero el secretario de Guerra John Jay McCloy, quien conocía por su madre la belleza de la ciudad, solicitó su rendición para evitar que fuera devastada.
En Rothenburg las casas tienen el característico y puntiagudo tejado a dos aguas, bajo el que se despliega la fachada, con los característicos entramados de madera y floridos balcones. Conserva el castillo, iglesias góticas, su ayuntamiento con elementos renacentistas y las encantadoras Haupmarkt (plaza del mercado) o la fotografiada plaza Plönlein.
También cuenta con interesantes museos como el de la Tortura, el Museo de los Juguetes, o la Tienda Museo de la Navidad.